sábado, 1 de noviembre de 2008

Vengan a mi cuantos me aman...

Vengan a mi cuantos me aman...

Ea, mi Señora, te lo suplico: dígnate ahora, aunque sea por un momento, hablarme, Santa María.

Abre tus labios en nombre de tu Hijo, que te bendijo con abundancia de gracias espirituales.

María. Yo soy la Madre de misericordia, llena de caridad y dulzura.

Yo soy la escalera de los pecadores, esperanza y venia de los reos.

Yo soy el consuelo de los acongojados, especial alegría de los santos.

Vengan a mí cuantos me aman, saciensé de la abundancia de mis consolaciones, porque soy piadosa y misericordiosa para con todos los que me invocan.

Vengan todos los justos y pecadores; porustedes rogaré al Padre; rogaré también al Hijo para alcanzarles de nuevo misericordia por mediación del Espíritu Santo.

A todos invito, a todos aguardo, y deseo que vengan.

No desprecio a ningún pecador; antes bien por un pecador que se arrepiente, me alegro también a impulsos de mi gran caridad con los angeles de Dios en el cielo, viendo que no se malogra la preciosa sangre que mi Hijo derramó en el mundo.

Acerquensé, pues, a mí, hijos de los hombres. Atiendan y consideren mis desvelos para llevarlos a Dios, mi Hijo Jesucristo.

Miren; yo tomaré sobre mí su enojo; aplacaré con mis reiteradas súplicas a Aquel a quien reconocen haber ofendido.

Miren; conviertansé y vengan; arrepientansé y les alcanzaré indulgencia.

He aquí que estoy entre cielo y tierra, entre Dios y el pecador, y con mis ruegos he de lograr que no perezca en este mundo.

Más no abusen de la misericordia de Dios y de mi clemencia, antes bien eviten cualquierofensa, no sea que al instante recaiga sobre ustedes su indignación e insostenible venganza.

Por adelantado advierto a mis hijos, y suplico a todos los que amo, que sean imitadores de mi Hijo y de su Madre.

Acuerdensé de mí, que yo de ustedes jamás podré olvidarme.

Yo soy, en verdad, la compasiva Madre de todos los miserables, la piadosísima abogada de todos los fieles.

Discípulo. ¡Oh benignísima palabra, rebosante de dulzura celestial!

¡Oh voz sublime, rocío del cielo, que destila suavidad, consuela a los pecadores y alegra a los justos!

¡Oh celeste flauta, cuán dulce resuenas en la conciencia desesperada!

¿Y de dónde a mí que me hable la Madre de mi Señor?

Bendita eres, Madre Santísima, y benditas las palabras de tu boca, porque leche y miel bañan tu lengua y el olor de tus elocuciones supera a todos los perfumes.

Mi alma se ha derretido cuando hablabas, oh María. Porque apenas sonó la voz de tu consolación en mis oídos, ha saltado de gozo mi alma.

Dentro de mí, en verdad, he sentido revivir mi espíritu, y todas mis entrañas han sido inundadas de nuevo gozo, puesto que por ti hoy me han sido anunciadas cosas tan buenas y halagüeñas.

Si estaba triste, ahora tu voz me ha colmado de alegría.

Me encontraba abatido y desolado, pero ahora he sido levantado y reconfortado. Extendiste desde lo alto tu mano y me tocaste, y me ví libre de mis dolencias.

Apenas si podía hablar, mas ahora incluso me siento con ganas de cantar y darte cumplidamente gracias.

Me daba tedio la vida, mas ahora ya ni temo a la muerte, desde que sé que te tengo por abogada en mi causa ante el Hijo; y a tu misericordia me encomiendo desde esta hora y para siempre en todo momento.

Desde que has hablado al corazón de este desconsolado huérfano, de repente me he sentido mejorado, e interiormente en gran manera rejuvenecido.


-.Tomás de Kempis.-

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